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CRÍTICAS - CINE

Mi Semana con Marilyn (My Week with Marilyn), según Rodolfo Weisskirch

El Sueño del Pibe

¿Cuántas veces habrás soñado con pasar una velada romántica con una diva de Hollywood? Que la mujer que seduce, se contornea y besa a los galanes traspase la pantalla, llegue a tus pies y caiga irresistiblemente sobre vos. ¿Es pedir demasiado?

La ópera prima de Simon Curtis narra la historia de un muchacho de 23 años que vivió ese sueño, quizá con el ícono cinematográfico femenino por excelencia: Marilyn Monroe.

1956. La diva se acababa de casar con el dramaturgo Arthur Miller y deseaba profundizar sus estudios interpretativos. Se volvió una asidua estudiante de la escuela de Lee Strasberg, al tiempo que se convirtió en una bomba sexual que revolucionaría el cine. Ninguna actriz de Hollywood, hasta la fecha, había sido tan sugerente de forma tan naif, ingenua e inocente. Con La Comezón del Séptimo Año, Marilyn fue el deseo sexual de todos los hombres, la envidia de las mujeres y el principal objetivo de los paparazzis. Cuando Laurence Olivier la llamó para protagonizar El Príncipe y la Corista, ella vio una oportunidad para trabajar con un realizador prestigioso y él, la posibilidad de generar una comedia liviana que podría ser un éxito de taquilla. También, y de paso, Olivier vio en ese proyecto la oportunidad para tener una aventura romántica con su actriz. Pero Marilyn, en esa época, ya era adicta a las pastillas y al alcohol, combinación que la terminaría matando en 1962.

Pero volvamos a la historia. Por entonces, un hijo de la aristocracia británica -Colin Clark- cumplió su sueño de convertirse en tercer asistente de dirección de Olivier-o meritorio, como se denomina acá-. Lo que el director necesitaba, él corría a realizarlo. De esta manera, conoce a la problemática actriz, de quien estaba enamorado en forma platónica. Su honestidad y trato delicado, contrastado con la soberbia, frialdad e histeria de Olivier, le permitieron poder mantener una relación de confidente -y algo más- con la protagonista de Una Eva y dos Adanes.

Lo más interesante del film de Curtis (veterano director de series y películas para la televisión británica) es que no separa su punto de vista del de Clark. Está claro que el protagonista es el que escribió la novela y, de hecho, esto se acentúa con una innecesaria voz en off que abre y cierra la película. Sin embargo, lo destacable es que el personaje está presente en cada escena, aunque sea de fondo, escuchando, espiando. Es una suerte de espectador que traspasa la pantalla: voyeurista y ajeno al principio, pero oportunista y aprovechador de la situación después. Clark se involucra con el objeto de deseo, pasa de la contemplación a la acción.

Curtis, por otro lado, trata de no mostrar las consecuencias de la relación Clark/Monroe, pero establece una primera hora bastante atrapante cuando conocemos el mundo de los tres ejes de esta relación: el de Olivier, el de Clark y el de Marilyn, tanto sus crisis externas (con Miller) como internas (las inseguridades interpretativas, ser un ícono, una mujer o una actriz). Teniendo en cuenta esta información se produce la tensión. Especialmente entre la perfección de Olivier y la impuntualidad de Marilyn. Curtis no vuelve un villano al mítico director británico: muestra su talento pero también su vulnerabilidad como ser humano, su inseguridad artística y su necesidad de ser foco de atención. Olivier, así como Marilyn, también atraviesa una crisis de pareja con Vivian Leigh, debido al amor platónico que siente por su nueva actriz. En el medio, el joven Clark es manipulado por ambas partes.

La razón por la que me sentí más atraído en la primera parte es por la reconstrucción de los estudios Pinewood, el modo de trabajar de Olivier, la búsqueda de Marilyn junto a Paula Strasberg (esposa de Lee) para crear el personaje, y la impaciencia del director, que solamente quiere que ella sea un ícono sexual. Dicho enfrentamiento está bien logrado. La mediación por parte de Sybil Thorndike -mítica estrella británica veterana- es fundamental para apaciguar el carácter de Olivier.

Curtis, por otro lado, demuestra una gran dedicación para crear el ambiente, reproducir las escenas de El Príncipe y la Corista y establecer una interesante comparación entre los sucesos de la ficción y la realidad, ya sea en lo que respecta a la relación Olivier/Monroe o Monroe/Clark. Los planos son prolijos, la fotografía muy lograda y meticulosa. Por momentos, nos recuerda a la de la película original. Sin embargo, son los pequeños gestos de Michelle Williams y su perfecta mimetización con la verdadera Monroe lo que hipnotiza. Aquellos que nos criamos viendo películas de ella realmente nos asombramos por su parecido, no tanto físico sino en lo que respecta a detalles de su carácter. Lo interesante de Williams es que no pierde el personaje en esa transformación, no se queda con lo externo sino que, además, hace un gran trabajo interno, desnudando por capas los miedos, frustraciones, inseguridades y falencias de Marilyn, sin llegar a ser algo forzado. Por último, Williams logra seducir y magnetizar con los movimientos de la original.

Cada personaje encuentra, en ese sentido, un actor a su altura. El seudo-desconocido Eddie Redmayne cumple en forma creíble su rol como el joven Clark, seductor, playboy. Judi Dench está maravillosa, como de costumbre, y Derek Jacobi hace un cameo magnífico con pocos minutos, en un personaje innecesario pero elegante, pulcro. En el medio, Julia Ormond como Vivian Leigh, Toby Jones, Dominic Cooper, Dougray Scotty y Emma Watson son un elenco convincente, demasiado bueno para personajes tan unidimensionales y secundarios, cuyas subtramas no avanzan y quedan completamente marginadas en la segunda mitad del film.

Justamente, ese es el problema de Mi Semana… Cuando la relación entre Clark y Marilyn es el centro de la historia, se pierde un poco el interés de Curtis por el micromundo que generó. El ritmo se ralentiza, las escenas se vuelven demasiado dialogadas, dignas de una telenovela mediocre. Incluso la prolija estética queda olvidada. O sea, cuando el atractivo Olivier, interpretado por Kenneth Branagh (por momentos de forma extraordinaria cuando capta desde la mirada aquello que trata de ocultar al resto del mundo), sale de escena, éste pierde de vista a Marilyn y la deja en manos de Clark; algo se resiente y todo pasa a ser la historia de una joven infeliz que se escapa con el muchacho que la desea, dejando afuera al marido celoso. Y si bien se puede justificar ese cambio desde el punto de vista -ese es, después de todo, el tipo de vida que ambos buscan-, Curtis no retoma la línea de la realización de la película en profundidad, y nosotros, como espectadores, nos quedamos solamente con la sensación de haber visto otra historia de amor frustrada.

Ya sea por la esterilizada puesta en escena de la primera mitad, las soberbias interpretaciones, la delicada banda sonora que combina jazz y melodías dulces o el simple interés/ curiosidad por un fragmento de la historia del cine, Mi Semana con Marilyn es un film logrado. Pero también es una película que no transciende, que carece de pretensiones y de profundidad dramática, más allá de la anécdota que rodeó al símbolo sexual por excelencia.

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