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CRÍTICAS - CINE

Tengo algo que Decirles

Tengo algo que Decirles (Mine Vaganti, Italia, 2010)

Dirección: Ferzan Ozpetek. Guión: Ferzan Ozpetek, Ivan Cotroneo. Producción: Gianluca Leurini, Domenico Procacci. Elenco: Riccardo Scamarcio, Nicole Grimaudo, Alessandro Preziosi. Distribuidora: CDI Films. Duración: 108 minutos.

Sinopsis: Tommaso, el hijo menor de una familia italiana tradicional, visita a sus padres con el fin de darles dos noticias muy importantes acerca de su vida. Cuando está a punto de hacerlo, su hermano mayor revela un secreto propio y le arruina los planes. A partir de ese momento, la vida de Tommaso toma otro rumbo y él deberá decidir si quiere seguir ese rumbo o no.

I don’t want to be the old cannon loose on the deck in the storm…

Cañones sueltos, balas perdidas, minas a la deriva, peligros inminentes: esto representan algunos personajes de esta película. 

El director y guionista turco-italiano Ferzan Ozpetek, quien ya abordara en obras anteriores la temática de la homosexualidad, construye esta historia alrededor de la familia; el acento no está puesto tanto en la problemática del protagonista sino en la interacción de una familia, los vínculos entre sus integrantes, los mandatos familiares, las apariencias, la negación, la hipocresía, la mentira y el ocultamiento dentro de un seno familiar conservador.

Uno de los grandes aciertos del film es el elemento humorístico. Ozpetek crea personajes con muchos matices cómicos; algunos de ellos, sin embargo, están llevados al extremo, a la exageración y al estereotipo -el padre de Tommaso-, y eso aleja un poco al espectador. Pero el resto -los integrantes de la familia, los amigos gays, la gente del pueblo- aporta su cuota justa de humor a la historia. A la vez, Ozpetek nos brinda un guión cómico pero cuidado y sincero, evitando caer en lugares comunes en los que fácilmente se puede caer teniendo en cuenta la temática que se trata, y yuxtapone situaciones cómicas constantemente, confiriéndole a la película un ritmo dinámico que se sostiene hasta el final. El film entretiene de principio a fin y eso es un gran mérito de Ozpetek en cuanto a guión y dirección de actores.

Si de comicidad hablamos, la aparición de los amigos gays es, sin lugar a dudas, uno de los momentos más hilarantes del film; la escena en la que bailan en el mar es épica; inicialmente, con el plano medio que los toma como si estuvieran flotando en el medio del mar, uno piensa “se acaba de ir todo a la mierda” pero no; después el plano se agranda y la escena cobra sentido, para terminar en una subjetiva de Tommaso que mira primero a su novio y luego a Alba, y va y viene, de él hacia ella, de ella hacia él, hasta que su mirada toma a los dos abrazados, como vivo reflejo de su conflicto actual.

El género es otro punto a favor de este film; estamos frente a una “dramedia” (que, como se puede desprender fácilmente de su nombre, es una mezcla entre drama y comedia); la alternancia entre ambos géneros es lo que le confiere gran atractivo a la trama. La película hace constantes virajes y cambios de direcciones en la estructura narrativa y, gracias a ellos, muchas situaciones resultan cómicas por lo disparatadas y otras situaciones cómicas resultan patéticas y dramáticas.

Otro punto a destacar es el trabajo de cámara y los encuadres. Por un lado, se utilizan planos generales que sirven para ilustrar la belleza y la geografía del lugar de manera pictórica; por otro, y en contraposición a la grandilocuencia de estos planos, hay muchos primeros planos y planos medios que sirven para mostrar ciertas sutilezas en los rostros, en las expresiones de los personajes, y que realmente capturan la esencia de estos individuos. El personaje de Tommaso es interesante porque se trata de un joven muy contenido, con un perfil extremadamente bajo, que se ve envuelto en situaciones que jamás hubiese imaginado; Riccardo Scamarcio hace un trabajo excepcional en este sentido; las muecas que hace con la boca y las expresiones de su rostro dejan entrever esa dulzura e ingenuidad que hacen a su personaje tan tierno y entrañable.

Pero la película falla en algo. Hacia la segunda mitad, algunas historias se desdibujan. La película logra construir tramas e historias, profundiza en algunas, especialmente la relación entre Tommaso y Alba (una socia de la empresa familiar), central en la película por lo que implica en la vida de Tommaso y, en algún momento, pone a esta historia en un segundo plano, y lo que se había construido minuciosamente queda relegado en pos de otra trama. Pareciera que algunas historias sirvieran para reflejar algún punto y, una vez que no se precisan más, se descartan. Esto le da cierta inconsistencia narrativa al film.

La historia de la abuela sirve como anclaje con el pasado, como unión con la historia familiar, como constante recordatorio de que hacer lo que los demás quieren nunca es bueno (verdad de perogrullo que la película se empeña en enfatizar y remarcar constantemente). A su vez, la historia de la abuela con su esposo y con su verdadero gran amor sirve como conexión con la historia entre Alba y Tommaso, ya que “el amor prohibido es aquel que nunca muere”. Es por eso que uno queda un poco perplejo ante la decisión que toma la abuela en el final. No queda claro por qué decide lo que decide, por qué toma una determinación tan drástica. Tanto la abuela como Tommaso vendrían a ser los “mine vaganti”, las personas que tienen consciencia de la realidad y que son un peligro para el resto del entorno, ya que son los únicos que se oponen a la disfunción, que dicen lo que piensan y están al margen de todo el sistema familiar.

De cualquier forma, más allá de algunas fallas en el guión, Mine Vaganti entretiene y genera empatía con el espectador, ya que trata temas como la hipocresía (el padre no acepta la homosexualidad de su hijo porque la cree inmoral pero tiene una amante que es vox populi en el pueblo), la estructura patriarcal de una familia (el hombre es el jefe de la casa y la mujer claramente tiene un segundo plano, al punto de aceptar una infidelidad sin cuestionarla), la importancia de las apariencias en detrimento de la preservación de la estructura familiar, los prejuicios aun vigentes sobre la homosexualidad y, como mencioné antes, las conflictivas familiares. Pero me resulta raro que, habiendo puesto Ozpetek el énfasis en esto último, elija en el final mostrar a la familia unida, unida por la tragedia, como si nada hubiera pasado, como si la muerte de alguien, de golpe, relativizara todos los conflictos y provocara que los personajes estén dispuestos a olvidar y a perdonarse. Esperaba una mirada final un poco más crítica de ciertos comportamientos, de ciertas actitudes, de esta hipocresía que se pone sobre el tapete.

La escena final, sin embargo, es conmovedora; Tommaso observa, desde afuera, cómo el pasado y el presente se funden hasta convertirse en uno, cómo los conflictos han desaparecido y la paz vuelve a reinar en su familia. Sin embargo, él observa y se retira, como si ya no quisiera ver nada más y se fuera, finalmente, a vivir su propia vida.

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