A Sala Llena

0
0
Subtotal: $0,00
No products in the cart.

CRÍTICAS

XIX Festival Internacional De Teatro Santiago A Mil: La Violacion de Lucrecia


La Violacion de Lucrecia (Chile)

Director: Pato Pimienta. Elenco: Carla Echeverría, Hellen Cáceres y Eyal Meyer. Centro Cultural Matucana.

Todo lo deseable tiende a querer ser invadido. Todo lo bello poseído y todo lo casto manchado. La violación se da por el deseo tortuoso e impotente ante la incomprención de las causas de lo bello (se hable de personas o de ideologías). El poder de la belleza es tal, que genera de forma inmediata la imperiosa necesidad de ser destruida. Seriamente temida, por ser el principal y más profundo mensajero del amor.

El Pato pimienta, uno de los ex Patogallina -tradicional compañía Chilena que trabaja la puesta en escena de gran calibre con innovaciones de vanguardia- toma esta vez el toro por las astas de la sutileza y el trabajo profundo, con esta tragedia shakesperiana, sin que este clásico le quede en ningún momento, ni chico ni grande.

Con una introducción a público que nos explica lo que estamos a punto de ver “y que está en nosotros juzgar”, inicia la obra con tres actores a cargo de su transmición. Los dos principales: Lucrecia y Tarquino; y los tres personajes que compondrá otra actriz, incluido el de narradora, como parte del mismo recorrido del relato.

El contexto argumental, refiere a la historia mítica que da lugar a la fundación de la república en Roma. Corre el siglo VI a.C. y reina el último monarca romano: Lucio Tarquino. Los generales Colatino y Sexto Tarquino (hijo del rey) rivalizan en una conversación acerca de la fidelidad y belleza de sus esposas. En esta conversación, Colatino se jacta de poseer a la mujer más hermosa, además de devota y casta. Así deciden ir a sus casas a sorprenderlas, encontrando Sexto que la suya está en festines, mientras que Lucrecia, la de Colatino, hila dulcemente. Sexto Tarquino, tras comprobar que su esposa no le es fiel, con la hombría herida y el oscuro deseo y envidias generadas por el relato de su amigo acerca de las virginales virtudes de su esposa, viola con desesperación y odio a Lucrecia. Esta lo denuncia y luego se suicida. Lo que genera una revuelta contra la familia de Tarquino, que acaba derrocando al rey.

La famosa obra de William Shakespeare narra de qué manera un hecho aberrante; una muerte cual sacrificio a los Dioses (no es casual que Lucrecia sea casta), puede llevar a un pueblo a la victoria. En particular esta es la lectura más marcada que hace el director en esta puesta de la tragedia de Shakespeare. De qué manera el mal puede ser vía para el bien. Pero plantea de soslayo: ¿es bueno o sano para la civilización que un ser inocente deba ofrecer su sacrificio por todos? ¿Es necesario? Shakespeare expresa que “queda a nuestro criterio evaluarlo.”

Con un espacio en un galpón reciclado sin demasiadas pretenciones, la escenografía se adapta al lugar de forma magistral, utilizando los mismos colores y hasta en parte materiales y rugosidades, que son un gran acierto de armonía estética. Esta se compone de un largo rectángulo horizontal color ladrillo, que representa las paredes internas de la morada de Colatino y Lucrecia. Hacia la izquierda, una ventana con un tul permite el traspaso de la luz -que de tener vidrio rebotaría-  y que iluminada desde atrás es escenario de importantes momentos de la trama. Estos son los monólogos de Tarquino en sus dudas y remordimientos, que como encerrado en ellos y en esa ventana que se asemeja a una cabina telefónica, se encuentra hablando con su conciencia. Hacia el centro de toda la escenografía vemos otra ventana más rectangular y ancha, tras la que pasara toda la historia trágica menor paralela, de las hermanas que le dan su hijo de comer al marido de una de ellas, en represalia por un tirano maltrato. Toda la obra es una defensa del género, por lo que delante del tul de esta ventana se proyectaran varias mujeres vestidas con ropa actual, simbolizando la vigencia de una problemática que no pertenece sólo a los tiempos de la fundación de Roma.

Continuamos con el recorrido escenográfico y de la utilería, para adentrarnos más en el movimiento escénico. A la derecha de la ventana rectangular, una canilla deja caer toda el agua que necesita cada escena. Su sonido, transparencia, y todo lo que significa el agua como agente de limpieza por excelencia, simboliza todas las relaciones posibles con el concepto de pureza. Una gran mesa alargada será la antesala y escena del conflicto cuando Lucrecia invita con gran hospitalidad, a una cena y asilo a Tarquino, que llega con supuestas noticias de su marido.

Durante toda la noche comen, toman y ríen. Vestuarizada como una extraña y oscura sirvienta oriental con un sutil aire de parca, la narradora les sirve la comida y la bebida. Tarquino comienza su atracción más física, aunque ya se encontraba atraído por Lucrecia debido al sentimiento de la envidia, el despecho y el celo. Pero al ver su belleza su pasión se desata acrecentándose momento a momento con cada candidez de ella, entre sonrisas, mejillas ruborizadas y su dulce comportamiento tan adecuado. La noche va pasando y Lucrecia ya en su habitación, descansa. En el relato original mantenido se dice que va a sus aposentos, pero se encuentra bien resuelto el que en escena se quede dormida en la mesa -la mesa como espacio de festines y lujuria-. Evitando así además la puesta, demasiado movimiento innecesario. Esta imagen no choca con su estilo de doncella bien, no cae borracha, sólo se recuesta en su brazo cansada y se duerme.

Allí comienzan los remordimientos de Tarquino que serán magnos, ya que es perfectamente consciente de que esta por cometer una fechoría de gran calibre. Y que no sólo lastimará a Lucrecia y a su mejor amigo Colatino, sino que se perjudicará a sí mismo. Pero su perversa necesidad de hacerle daño a algo tan hermoso es incontrolable. Su deseo arde en el fragor de la impresión generada por la castidad, belleza, inocencia y dulzura de Lucrecia. Sin embargo no es amor, sino la necesidad de mansillar lo hermoso ante la impotencia de poder poseerlo.

Sexto se encuentra en los aposentos a Lucrecia. Como dijimos, en la puesta la misma mesa que profundizó su locura por Lucrecia. Esta se achica asemejándose más a una cama, en la que ella duerme dulcemente con sus ropajes blancos al vuelo de la caída, en el centro de la escena. Lo acompaña la narradora, como guiándolo al conflicto. El apoya sus manos en su pecho y ella se despierta sobresaltada. La narradora se va. El duelo deberá darse entre ellos en oscura soledad. Sexto le explica que no tiene posibilidades, que es mejor que se rinda, debido a que él no tiene posibilidades de negarse -él es también una víctima de ese deseo desenfrenado, como enviado por el mal-. Como respuesta comienzan las suplicas de Lucrecia a los dioses y también a Sexto mismo, aludiendo a ese concepto de hospitalidad griego, que es tenido como uno de los más importantes valores de la polis, y que permanece aunque menos, también en la civilización romana. Pero el destino objetivo de todo fuego es quemar lo que toca. Como el destino y objetivo de toda belleza es atraer y no repeler.

La contienda está justificada por la propia distancia existente entre lo que no puede ser y es.

El trabajo con los vestuarios es realmente muy bueno. Partiendo de una universalidad atemporal, las elecciones responden más a este concepto que a una época determinada. Lucrecia en un impecable vestido blanquecino de corte romántico, sin exageraciones que le da la adecuada y justa apariencia imprescindible relacionada con la belleza, la pureza y la castidad. No podemos dilucidar si el vestuario militar de Tarquino es alemán, ruso o itálico, lo que juega a favor produciendo con sus botas de tipo “borceguíes”, una impresión relacionada con el mundo del autoritarismo.

La iluminación con gran atino es tranquila o estable, sin estridencias, en una constante penumbra rojiza, salvo por algunos rojos más intensos cuando ocurre una tragedia más tras bambalinas.

Por último, las actuaciones son en su mayoría excelentes. El actor que interpreta a Tarquino es brillante en todos los aspectos: el físico y vocal, el de interpretación y de composición del personaje: descolla. La actriz que interpreta a Lucrecia trasmite con profundidad y sutileza, pero gran fuerza, un personaje complejo. Por estar relacionado con la castidad y la pureza, haría caer fácil a una actriz en el manejo de un comportamiento superficial y naif. Pero no es el caso de Carla Echeverría, que con su gran dominio corporal y capacidad expresiva para la transmición, realiza un gran trabajo. Sin embargo se queda atrás la narradora, que proyecta en demasía sus palabras de relato solemne con sobreactuación de cada movimiento, como si se encontrara en el Epidauro.

No el amor, la belleza, es a veces mucho más poderosa. Pudiendo tener que ver en la historia del levantamiento de un pueblo o su caída, como fue el caso con Helena de Troya. ¿Es una idiosincracia necesaria para el crecimiento de una cantidad de personas agrupadas, el sacrificio de un inocente? Según Shakespeare, no corresponde a ninguna civilización, ni a ningún crítico analizarlo, sino a cada uno de ustedes.

alt

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te puede interesar...

Recibe las últimas novedades

Suscríbete a nuestro Newsletter