Después de casi veinte años viniendo a Cannes no fue hasta este año que entendí el misterio de las decepcionantes inauguraciones del Festival, algo que se repite casi cada edición. Porque resulta que hay una ley no escrita que garantiza que la película inaugural se ha de estrenar ese mismo día en los cines franceses. Lo explicaba Thierry Fremaux en la rueda de prensa de abril pasado en la que anunció la selección de 76ª edición del Festival de Cannes, contraponiendo esta norma, una decidida apuesta por las salas, a la de Venecia, que el año pasado se había inaugurado con White Noise de Noah Baumbach, una película que prácticamente no se pudo ver en salas y que salió en Netflix tres meses más tarde. Así se entienden muchas cosas, en particular que Cannes persevere año tras año en unas elecciones más que dudosas que, por suerte, poco tienen que ver con el resto del festival. Todo sea por el bien (o la supervivencia) de las salas, en especial las francesas, a las que van destinados estos lanzamientos que solo se entienden desde una perspectiva muy local.
Por ejemplo, ¿Maïwenn es alguien fuera de Francia? O fuera de Cannes, porque sus películas parecen consustanciales al festival, un producto de época que no tiene sentido fuera del contexto del festival, al menos para quienes venimos de fuera y no palpamos su éxito entre el público local. Por Cannes ya han pasado varias de sus películas, una de esas incomprensibles apuestas del festival que este año se ha traducido en la película inaugural, Jeanne du Barry, el retrato de un personaje histórico ya tratado por el cine (entre otros, por Ernst Lubitsch en sus años alemanes, pero tampoco es necesario hacer sangre). Pero como todas las películas de Maïwenn, a Maïwenn le interesa más su ego que los temas que trata y Jeanne du Barry nos dice más sobre la directora y actriz que sobre la amante de Luis XV a la que la revolución francesa acabó guillotinando. Película más superficial que liviana, por momentos una mera sucesión de viñetas, en otros con una peligrosa inclinación a caer en la autoparodia hasta que en el tramo final se decanta por la solemnidad, si hay algo que lastra de partida a Jeanne du Barry son sus errores de casting, empezando por la propia Maïwenn, a la que es difícil reconocer como esa joven capaz de arrebatar los corazones de todo París, siguiendo por un inexpresivo de Johnny Depp y concluyendo con unos Paul Greggory o Noémie Lvovsky reducidos al mero papel de figurantes. Puestos a destacar algo, la revisión ginecológica de Jeanne antes de pasar por la cama del rey podría dar la medida del tono de una película que funciona mejor como (involuntaria) comedia que como esa drama romántico que nos quiere vender su solemne voz en off.
Le Règne animal, la película que inauguró Un Certain Regard, no tiene a ninguna estrella internacional en su reparto, pero es una película más sólida, mucho más seria. Thomas Cailley nos dibuja una distopía en la que una enfermedad que se ha extendido por el mundo provoca una mutación en sus víctimas que los convierte poco a poco en animales. Los enfermos están confinados en centros especializados, alejados de las miradas de quienes aún no han sido contagiados. Entre ellos, un padre (Romain Duris) y su hijo, que se mudan a un pueblo cercano al centro donde han trasladado a la madre, que ha ido adoptando la forma de un oso. Este es el trasfondo, pues Le Règne animal quiere ser otras muchas cosas, quizás demasiadas, como si no acabase de integrar del todo el fantástico a lo Cronenberg (los síntomas que empieza a sentir el hijo de que la enfermedad está mutando su cuerpo a pasos agigantados) con un tono más naturalistas y que afecta en particular a la relación del padre con una policía del lugar (Adèle Exarchopoulos).
El cine francés lo acaba copando todo en las inauguraciones de las distintas secciones de Cannes. Y si la película de Cailley es una producción muy ambiciosa, Ama Gloria, primer largometraje en solitario de Marie Amachoukeli con el que arrancó la Semana de la Crítica, es más bien lo contrario: una historia intimista sobre la relación entre una niña de seis años, Cléo, y su ama caboverdiana, Gloria, con la que mantiene una relación muy estrecha. Tanto que Cléo acompañará a Gloria cuando tenga que regresar a Cabo Verde para acudir al entierro de su madre. También para conocer a su nieta, lo que provocará los celos de Cléo. No sé si la película de Amachoukeli está muy influida por Verano 1993 de Carla Simón o si todas las películas sobre la infancia, a fuer de tratar los mismos temas, se acaban pareciendo como gotas de agua. En realidad, con su tono evocativo, en el que juega un gran papel las animaciones que funcionan tanto como elipsis y como interludios, Ama Gloria se diría también una apuesta de la propia Semana por ese cine tan bello como efímero que representó su gran éxito de la edición pasada, Aftersun.
Finalmente, la Quincena de los Cineastas se inauguró con la cuarta película francesa, Le Procès Goldman, de Cédric Kahn, puede que la más atípica de las inauguraciones que recuerdo en los últimos años. Lo digo porque la de Kahn es una película tan seca como áspera, la reconstrucción del segundo juicio que se celebró contra Pierre Goldman en 1976 para revisar el caso por el que había sido condenado a cadena perpetua. Goldman era un activista de extrema izquierda, guerrillero en América Latina, luego devenido en un vulgar ladrón que tenía que cometer atracos para sobrevivir. Fue esta fama, la última, pero quizás también su pasado político, por la que fue acusado de un doble asesinato de dos farmaceuticas, un crimen del que siempre se confesó inocente (no así de los atracos). Con Simone Signoret y Regis Debray entre el público, el juicio concentró toda la atención mediática del momento, pero paradójicamente Kahn lo reconstruye de una forma muy austera, sin salir casi en ningún momento de la sala en la que se celebra, sin ningún tipo de efecto melodramático o tramposamente emotivo: aquí no hay música ni giros inesperados de guión, tampoco la propia dinámica judicial a la que nos tiene acostumbrados el cine norteamericano, pues en este juicio todos parecen poder hablar e interrumpir, jueces, fiscales, abogados, testigos y el propio acusado, epicentro de todo el debate. En definitiva, una película más straubiana de lo que pudiera parecer, aunque lo sea más en su espíritu que en su forma. Como sea, el nuevo director de la Quincena, Julien Rejl, se marcó cambiar el rumbo de la sección, “recuperando el espíritu original” que la vio nacer en 1969, entre otras cosas, con dos decisiones que parecen altamente esperanzadoras: renunciar a las películas rebotadas de la Competición (si una película aspira a la Competición, no es una película para la Quincena, ha venido a decir) y huir de las películas formateadas en foros y laboratorios. Le Procès Goldman puede no ser la más vistosa de las inauguraciones, pero es sin duda un puñetazo en la mesa, un gesto que nos hace concebir esperanzas sobre el devenir de la Quincena.